martes, 6 de diciembre de 2011

LA SETA

LA SETA Desde mi niñez, cada año, espero con ansia la llegada del otoño. Es esta la mejor época para buscar setas y dedicarme a ello era para mi algo más que un pasatiempo. Me introduje en este mundo a través de mis padres, y tras casarme aficioné a mi esposa, así que el año del incidente nos encontrábamos juntos en medio de la Sierra de Segura buscando nuevas especies. Ya no nos conformábamos con recolectar las especies comestibles, atrapados por la micología suspirábamos por descubrir alguna seta no catalogada y dejar así boquiabiertos a nuestros colegas de la Asociación “Amanita“. Soñábamos incluso con ponerle nombre a la nueva especie. La cuestión es que llevábamos ya casi dos semanas peinando una zona especialmente propicia, pero aparte de algunos ejemplares magníficos, deAmanita Muscaria y de Amanita Cesárea, no habíamos encontrado nada nuevo. Decidimos internarnos en una zona que aún no habíamos explorado, por ser especialmente abrupta, plagada de zarzas que nos arañaban la cara y se nos enredaban continuamente en el pelo y en la ropa. Tras una hora mas o menos de penoso avance, de repente las zarzas y los espinos se retiraron, para dar paso a un amplio prado, encajado en un pequeño valle, por el centro del cual discurría un arroyo. -¡ Atención, este parece un buen sitio, y aquí no hemos estado nunca!. -Le dije a Laura. - Si, eso parece, pero no cuentes conmigo para volver aquí, prefiero escalar el Everest.- Me contestó. Decidí que cada uno investigara a un lado del arroyo, y sin detenernos nos pusimos manos a la obra. Lo cierto es que aquel prado resultaba perturbador, con una atmósfera irreal, como de otro planeta. Estaba concluyendo mi exploración cuando Laura profirió un sonoro grito. Sin pensarlo dos veces me lancé a la carrera en su busca. No dijo nada, sólo señaló hacia un punto enfrente suyo. Entonces los vi. Dos magníficos ejemplares, de una especie desconocida para el hombre, sin ningún género de duda se trataba de un extraordinario hallazgo. Eran estas setas de un color amarillo intenso, casi fluorescente. Con un pie largo y esbelto, de unos quince centímetros, sin anillos. El sombrero era grande, al menos del doble que la altura. Al acercarnos para observar los detalles percibimos un aroma desconocido. Tan intenso y agradable que me sentí desfallecer de placer. De pronto comencé a sentir un ansia inmensa, una brutal necesidad física de comer aquellas setas. No pude resistirme, creo que mi cerebro ni siquiera se planteo la posibilidad de no engullir aquel extraño hongo. Cuando terminé pude comprobar que Laura había dado buena cuenta del otro ejemplar. -¿Pero que nos ha pasado?. ¿Podemos habernos envenenado?- Exclamó Laura casi llorando. -Es muy posible, debemos darnos prisa en volver y buscar un médico, pero no te preocupes seguro que no son venenosas, se asemejan bastante a una especie muy utilizada en la cocina rumana.-Mentí para tranquilizarla. La lástima era no disponer de una muestra para analizar, ya que habíamos engullido los dos únicos ejemplares hasta la raíz. Así, después del inesperado almuerzo iniciamos una loca carrera a través de la maraña de zarzas, en busca de ayuda. Por desgracia, era tan accidentado el camino y tan densa la vegetación que fuimos a aparecer en un lugar desconocido. Decidimos continuar hacia el sur, ya que en teoría antes o después nos toparíamos con la carretera y ya, siguiéndola, encontraríamos nuestro coche. Cuando llevábamos andando unos treinta minutos, nos detuvimos un instante para recuperar el aliento. De repente, noté un golpe no muy fuerte en la cabeza. Miré hacia arriba para ver el origen del objeto que me había golpeado. No podía creerlo. Cientos, tal vez miles, de pequeñas ardillas nos observaban en silencio desde los pinos que nos rodeaban. - Creo que estamos empezando a alucinar por el veneno.- Gimió Laura. Seguidamente uno de los roedores descendió un poco hacía nosotros. Parecía sonreír. Me miró fijamente y dijo: -¡A por ellos!. Al instante una lluvia de piñas verdes nos acribillo sin compasión mientras las malditas ardillas reían de forma enloquecida. Corrimos tanto como pudimos, pero eran rápidas las condenadas. Al fin, tras mucho rato, nos dejaron en paz. Así, arañados, magullados y sudorosos, nos tumbamos entre unos helechos. Por un momento entrecerré los ojos, estaba agotado y el sueño me resultaba tentador. Pero comprendí el peligro que conllevaba, ya que un extraño veneno corría con seguridad por nuestros torrentes sanguíneos. Así que abrí los ojos... A menos de un palmo de mi cara tenía un enorme morrazo. El dueño era el jabalí más grande que he visto en mi vida. Me quedé paralizado de terror. Cuando me espeto: -¡Estáis en nuestra cama gorrones! ¡Largo! Me puse en pié de un salto. Laura estaba adormecida, de pronto, un colega del anterior situó los cuartos traseros junto a su cara, y soltó una increíble ventosidad. Mi pobre mujer casi se desmayó del susto y de la inconcebible pestilencia que se apoderó de ella. Al mismo tiempo descubrí que el lecho donde me había tumbado se componía principalmente de excrementos de nuestros nuevos amigos porcinos. Otra vez a correr. Por suerte, como se suele decir,” dios aprieta pero no ahoga“. Tras un rato de carrera nos detuvimos a beber en un arroyo. Y Laura , que tiene una vista prodigiosa creyó ver una luz y movimiento de personas. Nos acercamos al lugar . -¡Por favor, ayúdennos!¡Nos hemos intoxicado con unas setas, necesitamos que nos lleven a un centro de salud! El grupo de personas, (unas cincuenta), enmudeció al vernos. Estaban ataviados con extraños ropajes. De entre ellos se destacó un hombre de larga barba, de unos cincuenta años, que llevaba en la cabeza lo que me parecieron unos cuernos de muflón. -¡Ellos son los herejes!. ¡Cogedlos, han de pagar por el sacrilegio!.-Grito con una voz demasiado aguda para un hombre de su edad. Seguidamente se abalanzaron sobre nosotros. Maldije nuestra suerte, y , en un momento de lucidez me puse a correr con Laura de la mano. Al pasar junto a un peñasco alguien me llamó. - Tío, venid por aquí. Me giré, se trataba de un hippie de pies a cabeza, como los de los años sesenta. Decidí seguirlo, estábamos en las últimas y la multitud enloquecida nos pisaba los talones. Me llamo Sol luminoso. –Dijo, mientras nos guiaba por un sendero medio oculto por los arbustos.- No debisteis comer esas setas. Ahora corréis peligro. ¿Pero que quiere esa gente, tanto les importa un par de setas asquerosas? –Pregunto Laura. Esos tipos son muy peligrosos, se trata de una secta adoradora de La Gran Seta Mutante, una seta que surgió en las orillas del Segura a raíz de la contaminación y que ellos trajeron aquí. Parece ser que tiene increíbles propiedades, con las que planean dominar el mundo. Además son murcianos.- Nos explicó Sol Luminoso. Dios santo, estamos acabados. ¿Y tu como sabes todo eso? ¿Quién eres? Soy un agente secreto de la CIA, hace semanas que los vigilo. ¿En serio? –Pregunté. No, es broma, en realidad todos en la Sierra conocemos a estos pirados. Yo venía de regar mi, ejem, huerto y por casualidad os vi y decidí ayudaros. En primer lugar, nos dijo, debía desintoxicarnos, para lo que nos llevó a su cortijo donde nos preparo una infusión depurativa según nos dijo. Luego nos acompañaría al coche. Tras la infusión me quedé dormido. Despertamos en nuestro coche. Nunca más he sabido de Sol Luminoso ni de animales que hablan. Pero, si vais a buscar setas y encontráis algo raro. Corred. 

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